El Concilio Vaticano II afirmaba que el matrimonio es una auténtica vocación cristiana capaz de conducir a los esposos a la santidad. Sin embargo, aunque ciertos movimientos han abierto pistas destacables, la espiritualidad conyugal sigue siendo en nuestros días la pariente pobre de la espiritualidad cristiana. ¿Por qué? Probablemente porque carecía de la posibilidad de construirse sobre una verdadera teología del matrimonio, lo que la condenaba a permanecer en el estadio de las intuiciones.
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