En el relato del Génesis podemos contemplar a la primera mujer, ella que antes de pecar no tenía ningún dolor ni ningún sufrimiento. El primer varón, Adán, ...
LeerEn el relato del Génesis podemos contemplar a la primera mujer, ella que antes de pecar no tenía ningún dolor ni ningún sufrimiento. El primer varón, Adán, era un verdadero custodio de su belleza y su desnudez. Después de pecar, la relación entre ellos quedó ensombrecida pero no fue destruida y es allí, donde ella ejerce la maternidad y el interés genuino en criar y proteger a los más pequeños.
Las eras han pasado y una y otra vez, este rol se ha repetido en millones de hogares a lo largo de las diferentes civilizaciones del mundo y con al llegar la plenitud de los tiempos, la misericordia cristiana encontró un océano de capacidades en el género femenino.
El llamado a la nupcialidad todos lo tenemos. Nadie puede quedar exento del mismo sin llenar su vida de vacío, soledad y muerte. Dentro del espectro vocacional, existen muchos llamamientos diferentes, pero todos tienen en común el servicio a los demás. En este proceso, la mujer juega un rol fundamental al ser el ejemplo máximo de amor incondicional y puro, a la par de su fecunda vocación a la maternidad dada por la naturaleza. Esta misma se extiende más allá de la sangre, generando vínculos de amor, respeto y cuidado a quienes lo necesiten.
No es de extrañarse el número mucho mayor entre las mujeres que optan por la vida religiosa en contraste de los varones que eligen esta misma opción. Ni mucho menos, el número de colegios, orfanatos, asilos, hospitales y campamentos que están dirigidos por religiosas.
Es propio del genio femenino tratar de tomar en cuenta a todos y eso se observa en los hogares y las familias funcionales. La vida religiosa no es la excepción y los actos de misericordia mucho menos. Esas son las manos delicadas que emulan las hermosas manos de una madre y en ellas, la imagen de María Santísima, de toda la Iglesia y del amor maternal sublime que Dios igual posee. En ningún momento, los cristianos de cualquier tipo deben ignorar o hacer a un lado esta entrega desinteresada.
El papel de las religiosas ha estado siempre en el centro de la Iglesia a pesar de que durante muchísimos siglos ha estado completamente ignorado. Ellas han sido el paradigma contrario al egoísmo y la indiferencia del mundo. ¿Cuántas veces la Iglesia tuvo una transformación desde del corazón gracias a la inteligencia y el amor de una mujer? La historia de la Salvación inició con el “sí” de la más hermosa. Ellas participan de esa respuesta afirmativa y con ello enriquecen y dan sentido a la Iglesia.
Muchas veces la labor de estas hermanas nuestras, esposas de Jesucristo a imagen viva de la Iglesia, pasa desapercibida o se ve como una “obligación” reduciendo su vocación al amor como en un segundo plano y con la sensación de que no importa. A lo largo de mis años, he entendido que el hábito que usan nuestros hermanos religiosos, sobretodo los monjes, es una señal de muerte para el mundo. Ellos saben que ya no cuentan y ya no le importan a los estándares mundanos.
Ahora, la Iglesia vive en el mundo sin pensar como ella. La alegría de las religiosas deben ser inspiradoras para los esposos, una modelo para admirar de los solteros, una fuente de ternura para los niños y hermanas para los clérigos. Son ellas mismas con sus delicadas manos las que han decidido ser las manos y los pies misericordiosos de Jesús que carga, alimenta, sana y abraza a los heridos.
Todo cristiano debe tener por lo menos conocimiento de la belleza de la vocación de las mujeres religiosas y de la belleza del llamado esponsal que viven y en la medida de lo posible, desenvolverse con ellas con naturalidad y respeto.
Buenas familias inspiran a los buenos religiosos y buenos religiosos inspiran a buenas familias.